CUESTIONES GENERALES


Las transformaciones más importantes ocurridas en la sociedad:
1. Los cambios demográficos, con el consecuente aumento de la población de más edad, tanto en términos relativos como absolutos (véase Conceptos y generalidades).
2. La propia modificación de la forma de ser y de estar del anciano en la sociedad. El anciano actual es más culto y exigente que el de hace una década y tiene mayor conciencia de sus propios derechos y deberes. Ello es reconocido por la sociedad y por los poderes públicos que la representan. Expresión de este hecho pueden ser los programas electorales de los partidos políticos que incluyen, cada vez con más frecuencia y extensión, puntos relativos a la población mayor. Sin embargo, como veremos, esta mayor exigencia de protagonismo del anciano no siempre es aceptada de buen grado por la sociedad.
3. De los dos puntos anteriores se derivan connotaciones socioeconómicas importantes. Piénsese en lo que suponen en cuanto a costo las pensiones de jubilación o de enfermedad, el consumo de farmacia, la creación de una infraestructura amplia de residencias, etc. Pero, sobre todo, lo que representa la necesidad de repartir unos recursos que no son infinitos, pero de los que el anciano es, en buena lógica, el grupo etario más necesitado.
4. El mismo cambio en la relación médico-paciente que, partiendo de una concepción vertical y paternalista como modelo único existente desde la medicina griega hasta bien entrado este siglo, ha iniciado su transformación hacia un patrón mucho más horizontal. Este modelo actual añade a los tradicionales principios de “beneficencia” (procurar el bien del enfermo) y de “no maleficencia” (no dañar al paciente) contemplados en el código hipocrático, dos nuevos principios claves en la bioética actual: el de “autonomía” (respeto a los criterios y a la voluntad del enfermo) y el de “justicia” (dar a cada uno lo suyo con igual consideración y respeto). Puede afirmarse que, en el caso de la geriatría, este cambio de modelo y la incorporación de los principios de autonomía y justicia se está operando de forma mucho más lenta y dificultosa que en otras áreas de la medicina.
Por todo lo anterior, se debe admitir que, de hecho, en la práctica diaria sí surgen con frecuencia problemas específicos en este terreno referidos a la población anciana.
En los años sesenta se acuñó en EE.UU. el término ageísmo, definido como “discriminación en contra del anciano sobre la base de su propia edad”. En este sentido, o en el más amplio de falta de tolerancia en muchos casos y de abuso franco en otros, el vocablo se ha incorporado a otros diferentes “ismos” más clásicos, como pueden ser el racismo o el sexismo. Actitudes “ageístas” –viejistas, podríamos decir en español– son comunes fuera y también dentro de la profesión médica. La palabra “viejo” se utiliza, a menudo, como insulto o, al menos, de forma despectiva. En nuestra propia profesión y en el ámbito hospitalario es habitual oír quejas acerca de lo desagradable que resulta atender a pacientes de edades avanzadas. Expresiones como “tengo la desgracia de que sólo me ingresan viejos” o calificativos como “puros”, “momias” o “ficus” referidos a los enfermos de más edad son frecuentes en nuestros hospitales. En el marco de este viejismo hay que contemplar buena parte de los problemas éticos que se comentan a continuación.
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