APLICABILIDAD DE LA ALTA TECNOLOGÍA A LA POBLACIÓN ANCIANA


Cada vez con mayor frecuencia se tiende a utilizar el criterio de “rentabilidad” al establecer decisiones médicas. Esta rentabilidad puede serlo en términos muy variados: económicos, posibilidad de recuperación, expectativa de vida del paciente, presión social, etc. Sobre esta base, el anciano, sobre todo el que “no es de pago”, se ve con frecuencia discriminado negativamente cuando presenta su opción a un programa de coste tecnológico elevado o necesariamente limitado en cuanto al número de personas que pueden beneficiarse de él. Esto ha ocurrido y sigue ocurriendo en situaciones como los programas de hemodiálisis, el acceso a unidades de cuidados especiales o el orden de prioridad ante determinadas exploraciones diagnósticas (resonancia magnética, TC, etc.) o terapéuticas (anticoagulación oral, trombólisis coronaria, alta cirugía, programas de trasplantes, etc.). En EE.UU. se ha llegado a sugerir que este tipo de medidas aplicadas a la población mayor sólo se utilicen cuando el anciano sea capaz de sufragarlas por sí mismo. En nuestro propio país, una encuesta muy extensa realizada en el ámbito nacional ha revelado que la edad en sí misma es criterio absoluto de exclusión para entrar en una unidad coronaria al menos para el 25% de los médicos que trabajan en ellas.
En otras ocasiones han sido criterios supuestamente médicos los que han determinado esta selección negativa, criterios que, en muchos casos, al generalizarse la técnica, han demostrado ser falsos y para los que hoy no se considera la edad una contraindicación. Sin embargo, en la práctica, el anciano sigue encontrando barreras cuando se establece el orden de prioridades para acceder a estos procederes.
Situaciones clínicas que pueden servir de ejemplo serían, entre otras, la cirugía coronaria, las angioplastias, los procedimientos trombolíticos, determinados trasplantes de órganos, etc. En todos estos casos se partía a priori de que la edad era una limitación, en ocasiones excluyente, para acceder a estos recursos terapéuticos. Hoy, muchos de estos procedimientos son norma entre la población anciana e, incluso, en algunos casos, como en la angioplastia coronaria o en la propia terapia trombolítica, es precisamente en esta población donde se han obtenido mejores resultados.
La edad nunca debe ser un criterio determinante para negar a un paciente el acceso a éstos u otros recursos tecnológicos, fundamentalmente por razones éticas, basadas en el principio de justicia enunciado antes. Aunque sólo fuera porque el anciano ha contribuido tanto o más que cualquier otro individuo más joven a crear la riqueza tecnológica que puede ofrecer la medicina de hoy, no habría razón moral alguna para negarle la posibilidad de acceder a ella.
En todo caso debe admitirse que es posible que el paciente de edad avanzada tenga en muchas más ocasiones razones “médicas” reales que desaconsejen su incorporación a algún programa de este tipo. Si esto ocurre, la negativa se establecerá sobre esta base, pero nunca utilizando como argumento la partida de nacimiento.
No obstante, al lado de este derecho debe admitirse la posibilidad de renunciar a él por parte del paciente de edad avanzada en algunos casos concretos y, de forma especial, cuando esta tecnología puede convertirse en instrumento agresor para la calidad de vida del propio individuo, sin ofrecerle a cambio la esperanza de un futuro mejor. Se ha demostrado que cuando se plantea a una persona mayor la posibilidad de expresarse sobre este tipo de medidas, en muchos casos, sus objetivos y actitudes difieren bastante de las imaginadas por sus médicos. El anciano, en general, acepta riesgos más altos de mortalidad quirúrgica o posquirúrgica que los que le plantea el cirujano, pero, en cambio, es menos proclive a someterse a maniobras como la reanimación o la dependencia tecnológica que ofrecen muchas unidades especiales. Muchos ancianos prefieren que se les permita morir ante el temor de ser sometidos a procedimientos excesivamente agresivos. Este punto, la voluntad del protagonista, su salvaguardia ante tratamientos inadecuados, es algo que necesariamente debe ser también tomado en consideración.
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